miércoles, 10 de abril de 2013

UNA MAÑANA EN CASA DE UCEDA



 Había algunos charcos de agua en los sembrados junto al camino la mañana que pasé por allí. Son tierras, dicen los agricultores del lugar, que necesitan su agua justa y ni una gota más, circunstancia ésta que se cumple en algunos términos más de los pueblos de la Campiña. Desde Villaseca hasta el empalme con Casa de Uceda la carretera es recta. El hecho, nada usual en la provincia, de ser un terreno llano en varios kilómetros a la redonda, permite que haya tramos de carretera trazados como con tiralíneas.
            En dirección norte Casa de Uceda marca el final del terreno llano. A partir de allí aparece el primero de los barrancos que preceden a los pueblos serranos propiamente dichos, con Valdepeñas de la Sierra como capitalidad de esta subcomarca tan personal situada entre la Campiña y la Sierra Norte.
            Acabo de entrar en Casa de Uceda, mañana de sol. No hay mucha gente por las calles como corresponde a un día cualquiera de finales del mes de febrero, cuando los días duran más y el invierno nos regala las inevitables heladas que malogran las yemas, y las flores si las hay de los frutales: “flor de febrero no llega al frutero”, dice el refrán. Las cigüeñas no dejan de machacar el ajo con su constate castañueleo desde lo alto de la torre. Es ésta una mañana tranquila y apetece andar por el pueblo. El coche lo he dejado en la Plaza Mayor, junto a los arcos del ayuntamiento. Muchos de los edificios de por aquí están levantados a base de ladrillo, amasado, cocido y fabricado, con tierra de estos contornos desde el siglo XVI, incluso anteriores, como se puede comprobar en el artístico ábside de la iglesia de El Cubillo, levantado con la misma clase de material. Pues así, aunque posterior en el tiempo, está construido ayuntamiento de Casa de Uceda y tantos edificios más, antiguos y modernos, como estamos viendo al andar por las calles. En las construcciones más historiadas, con siglos de antigüedad: iglesias, ermitas y palacetes de toda la comarca, se da así mismo la mampostería con pesadas guijarras de río incrustadas en los muros. En la iglesia, que veremos después, nos encontraremos con material de construcción de ambos tipos: torre de ladrillo y muros exteriores de mampostería y guijarro.


          Al lado del ayuntamiento, en esta Plaza Mayor, amplia, y tomada toda ella por la inmensa luz del sol de las doce, está la Calle del Arco, un callejón estrecho que comunica con una especie de placita interior que no tiene salida. Y frente al ayuntamiento, el famoso escudo de piedra que tanto me llamo la atención cada vez que pasé por aquí; un escudo por el que, según me contó hace muchos años el señor Justo Gil, llegaron a ofrecer varios cientos de miles de pesetas, y sus dueños optaron por dejarlo donde está, una determinación que les honra y que, desgraciadamente, nos se dio en otras muchas casas de los pueblos de la provincia, donde en tiempos pasados los anticuarios hicieron su agosto por cuatro perras gordas, dejando desmantelada una parte de nuestro patrimonio, principalmente en el medio rural.
            Se impone después acercarse hasta la iglesia que coge a cuatro pasos. En la esquina de la Calle de la Amargura hay tres señoras en animada conversación junto a la furgoneta del frutero. Les he hablado del poco gusto que solían tener los antiguos para poner a las calles esos nombres tan raros: calle de la Amargura, calle del Osario; me dicen que hay en el pueblo otras calles con nombres bien bonitos: calle del Pez, de los Jardines y del Zapato.
            La iglesia está dedicada a San Bartolomé Apóstol, es obra del siglo XVI, construida con material diverso: ladrillo, mampostería y guijarro, como antes se ha dicho, y con una galería porticada en su cara sur cubierta sobre columnas, que ha sido restaurada como toda la parte exterior de la iglesia en tiempos no lejanos. Nos llama la atención al pie del pórtico un pequeño monumento en piedra de granito pulimentado a la memoria del poeta-pintor Antonio Fernández Molina, quien, según la señora Cándida, que anda por allí recogiendo hierbas en un cubo, fue un señor que tuvo mucho que ver con el pueblo.
            - Sí señor; claro que tuvo mucho que ver con este pueblo. Cuando era niño se pasaba la vida aquí con sus abuelos. Luego venía algunas veces, pero ya menos.
            - Alguna idea tengo de eso, sí señora. Sus padres debieron ser de por aquí, ¿no?
            - Su madre era de Fuentelahiguera, y su padre yo creo que era de Viñuelas. Él nació en Alcazar de san Juan.
            Cándida levantó la tapa de un contenedor y en el mismo instante saltó de dentro un gato como lanzado con un resorte.
            - ¡Qué susto!
            - Son animales que no tienen dueño. Andan por aquí a ver si sacan algo para comer de los contenedores. Mire, hay dentro un trozo de tocino. Cuando me vaya se vuelven a meter.

            Sobre la fachada norte de la iglesia, junto a la puerta nueva, hay una placa en la pared en recuerdo del que fuera su párroco, don Santiago Moranchel, “En reconocimiento a su esfuerzo y dedicación a esta parroquia”. Tengo idea de que así mismo, en homenaje y memora a este sacerdote, hay otra placa similar junto a la puerta de entrada en la iglesia de Uceda. La señora Cándida vuelve desde el contenedor con una muñeca en la mano; una muñeca seminueva, un poco sucia por el sitio de donde procede, pero que alguien tiró como tantas cosas se tiran en pleno uso.
            - ¿Qué le parece austed? –me dice.
            - Pues muy mal; me parece muy mal. Imagínese la ilusión que habría hecho a tantas niñas de las de antes, cuando se tenía que conformar con las muñecas de trapo que les hacían sus madres.
            - De las de antes y de las de ahora. La dejaré por aquí, por si alguien la quiere.
            He mirado por todas las calles que pasé en busca de un bar. No sé, pero sentí de momento la necesidad de tomar un café, una caña de cerveza o un vino en el primer bar que encontrase. No vi ninguno. Cosa rara, pues la experiencia me dice que en los pueblos es el bar la última pequeña industria local que desaparece. Me sacan de la duda las tres mujeres que todavía siguen de conversación en la esquina de la calle de la Amargura junto a la furgoneta del frutero.
            - Sí que hay bar -me dicen las tres al mismo tiempo. Mire, allí al final de la calle, en la misma esquina a mano derecha tiene usted el bar.
            - Muy bien: Muchas gracias.
            El bar de Casa de Uceda se llama “La Canaleja” y atiende el servicio de barra una señora muy amable, que enseguida me atiende y pone a mi disposición y a la de otro cliente una serie de platos, hasta tres, con distinta clase de aperitivos para que nos sirvamos a nuestro gusto.
             - Sí, sí; puede coger lo que quiera, que para eso los he puesto.
            Es un salón amplio, limpio, cómodo y moderno, con mucha luz. Por las paredes aparecen fotografías de época con grupos de niños y de niñas de las escuelas, dele quipo de fútbol local, de las fiestas del pueblo y de toros y toreros.
            - Se ve que son aficionados a la fiesta de los toros –le digo.
            - Sí; por aquí hay mucha afición, como en casi todos los pueblos.
            - Se ve que en otros tiempos Casa de Uceda debió de ser un pueblo importante, ahora también, claro. Se ven por ahí varias viviendas antiguas que lo demuestran, ¿verdad?
            - Antiguamente -me explicó la señora- este pueblo perteneció a Uceda. Luego ya se hizo pueblo aparte, lo mismo que El Cubillo y Villaseca; pero de eso hace ya mucho tiempo. Y ahora, como casi todos los pueblos de por aquí, se está quedando con muy poca gente.
            - Claro; es un mal bastante generalizado en los pueblos de esta provincia y de muchas más. Estos de por aquí, será por la condición del terreno para la agricultura o porque están relativamente próximos a la capital, todavía se están sosteniendo. Hay muchos pueblos por ahí, sin ir muy lejos, que se han convertido en sitios para el verano, donde en días como hoy vas y no encuentras a nadie.