martes, 7 de febrero de 2012

ESTATUAS PUEBLERINAS


            No se trata sólo de bustos erigidos en piedra o bronce de los que solemos descubrir con frecuencia en algunos pueblos de la provincia, y sobre todo en la capital, ni de imágenes fabricadas en serie, de esas que adornan los parques y las fuentes con una función simplemente estética. Los bustos, aquí como en todas partes, se levantan sobre un pedestal como testimonio de reconocimiento o de gratitud, en honor de algún personaje que pasó por la vida haciéndose notar. Personajes del mundo de las letras, de las artes, de la política, de la milicia, o simples benefactores de un pueblo o de una ciudad, son los que con mayor frecuencia aparecen sus efigies “in memoria” por plazas y jardines, como público homenaje a personas que de alguna manera se han hecho merecedores, tras la estela de su vida en favor del prójimo, de ese recuerdo permanente. Desde la Roma Imperial hasta nuestros días, las ciudades se convierten en libro abierto mostrando por doquier la imagen de sus personalidades más notables, o de sus héroes si es que los tuvo, como exquisito fruto del árbol de su propio pasado.
            Pienso que no son pocos los pequeños monumentos de esta clase que se han ido levantando en nuestra provincia, como para dedicarles por ellos mismos, también desde aquí, nuestro homenaje sobre papel impreso.
            Dejamos a un lado el urbanismo capitalino, donde ya se cuentan por decenas los bustos en bronce dedicados en su mayor parte a individuos muy concretos, a hijos ilustres de la ciudad a través de los tiempos, o a personajes que, sin ser de aquí, hicieron algo importante para su honra o engrandecimiento. Preferimos salir a los pueblos de la provincia, por lo que ello tiene de novedad, donde de unos años a hoy nos vienen sorprendiendo hermosas estatuas como reconocimiento a personas de manera genérica, a esas buenas gentes de las que el medio rural ha dado tantas, y que a lo largo de los años y de los siglos han ido desapareciendo en el más estricto anonimato dejándonos aquí el producto de su trabajo. Un detalle de manifiesta gratitud que, por lo que tiene de significado en un momento en el que los grandes valores están de baja, bien vale la pena los expongamos a la atención de nuestros lectores, no sólo como mera información, que ya sería interesante, sino también como justa correspondencia.

Peñalver
            La primera de estas magníficas obras de arte de las que pretendemos hablar, tal vez sea la más antigua y la más popular de todas. Tiene una réplica en uno de los nuevos barrios de la capital. Hace ya años que la encontré sobre su pedestal de roca en la plaza de Peñalver. Se trata del monumento al “melero alcarreño”, durante mucho tiempo uno de los personajes más significativos de esta provincia, que con su alforja al hombre y sus recipientes con el divino elixir en ambas manos, recorrió durante largas temporadas del pasado las calles de Madrid al grito de ¡A la rica miel de la Alcarria! Eran honrados trabajadores de nuestros pueblos, expertos en el arte de la Apicultura, que con tesón y buen hacer consiguieron convertir en famoso el más representativo -y el más dulce también- de nuestro productos autóctonos. Peñalver ha sido quizás la meca, y la Alcarria en su conjunto el país de la miel. La Literatura del siglo XIX y aun de tiempos posteriores, se encargó de popularizarla, y los meleros alcarreños, en especial los de Peñalver, de hacerla saborear allá donde hizo falta.

Fuentes de la Alcarria
            Aquel porte elegante de nuestras abuelas, de la juventud de nuestras abuelas, que marcaron una época, digamos que cien años atrás, es el que ha preferido materializar en mármol bien pulido el pueblo de Fuentes de la Alcarria en homenaje a las mujeres de esta tierra. Una obra fina, exquisitamente real, digna como pocas, preside un pequeño jardín en este bello pueblo de nuestra provincia, famoso por su paisaje de alrededor, que abraza al poco de nacer el río Ungría y que tiene por Patrona, sólo él, a la Virgen de la Alcarria. “Homenaje a la mujer alcarreña. Fuentes de la Alcarria. 15-6-1996”, dice al pie de esta bella escultura, distinta a las demás y bella como pocas.


Anquela del Ducado
            Aunque hace más tiempo que las estatuas de Anquela del Ducado presiden los respectivos espacios en donde las instalaron, yo las he conocido hace sólo unos meses. Un pueblo pequeño éste de Anquela, que no se ha dado por conforme en homenajear como merecen al hombre y a la mujer del campo con una estatua, sino que lo ha hecho con dos: una dedicada al hombre, y otra a la mujer en lugar distinto. Al pie de la primera de ellas, colocada al fondo de un paseo que hay junto al río Mesa en las orillas del pueblo, se puede leer: “En el año 1998 se construyó este paseo. El pueblo de Anquela del Ducado erige esta escultura en homenaje al trabajador, siendo alcaldesa María Isabel Galán Villa”. Se trata de la figura de un hombre del campo en tamaño natural; está apoyado sobre el mástil del azadón de trabajo y mira fijamente al cielo; bajo sus piernas, con la mirada atenta hacia adonde lo hace su amo, un perrillo completa la ternura de la escena.
            El monumento a la mujer queda en lugar más visible. Fue levantado en el año 2002, y representa a una de aquellas admirables mujeres de los pueblos, vestida con el humilde atavío de diario, y portando sobre su cabeza erguida un balde de ropa. Una figura bellísima, expresiva, increíblemente natural, alzada sobre elegante pilastra inscrita en tres de sus cuatro caras, donde se dice que fue erigida siendo alcaldesa María Isabel Galán Villa, y se incluye un párrafo de la poetisa argentina Alejandra Pisarnik, una de las voces más inspiradas de la poesía castellana del siglo XX, y es éste: “Soy mujer y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea, es el calor de las otras mujeres, de aquellas que no conocí, pero que forjaron un suelo común”.
            Si alguna vez pasas por allí, amigo lector, no dudes detenerte a contemplar esta pareja de obras de arte que honran a tanta gente anónima, y en este caso también a una alcaldesa y a un pueblo con corazón sensible.

Bujalaro
            La última de estas esculturas que he descubierto al andar por la provincia, ha sido en Bujalaro hace tan sólo un para de meses. Pienso que al instalarla sobre el santo suelo se ha querido quitar esa impresión de lo solemne que siempre lleva consigo este tipo de monumentos colocados sobre un pedestal. Está dedicada al emigrante español de los años sesenta, así al menos me lleva a suponer el aspecto y el ligero preparativo del personaje representado en ella: un joven en tamaño natural, vestido de traje, y portando la clásica maleta de viaje en una de sus manos. Al pie de este bello monumento, está inscrito en placa de metal: “Al emigrante. El más entrañable recuerdo de todos los que quisieron ser. Bujalaro, octubre 07”.

            No es la primera estatua que veo colocada a pie de calle, como uno más de los ciudadanos que pasan por allí en aquel momento; pero, ¡qué decir!, las prefiero encima de su peana aunque sea humilde, ensalzar más su significado, que es de lo que se trata en asuntos como éste.  

            Es posible que en algún otro lugar de la provincia exista una escultura más, que cumpla con los requisitos de las que aquí aparecen y que, por tanto, debiera ocupar su espacio en este trabajo. Es un dato que desconozco. Si es así, asumo el compromiso de darla a conocer en otro momento

(En las fotografías: "Homenaje al trabajador", en Anquela del Ducado, y "Monumento al emigrante", en Bujalaro)

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