sábado, 12 de noviembre de 2011

LA CANTIGA 142

            Acorde con el tiempo y con el lugar, se me ocurre traer a esta página una muestra de la literatura añeja relacionada directamente con esta tierra nuestra. Añeja, porque se trata de una de las más conocidas y de las más cantadas de aquella obritas en verso del rey Alfonso X, sus famosas Cantigas, escritas en galaicoportugués a mediados del siglo XII; y  en el presente ejemplo relacionada con esta tierra nuestra, pues el hecho al que se refiere ocurrió precisamente aquí, en aguas del Henares a su paso por Guadalajara:
          
            Esto foi en o río, que chamar

            soen Fenares, u el Rey caçar

            fora, et un seu falcón foi matar

            en el hua garça muit´en desdén.
 
            Las "Cantigas de Santa María" son 420 composiciones escritas en ricas y variadas formas métricas, en las que se narran otras tantas leyendas relacionadas con la intervención de la Virgen como protectora en el quehacer de los hombres. Se pueden dividir en dos grupos distintos según su contenido: ejemplos puramente líricos y de alabanza, o narra­tivos, que son los más, y en ellos se cuenta la actuación sobrenatural de la Señora en algunos asuntos humanos, por lo general acontecimientos en caso límite. A este último grupo corresponde la Cantiga 142, la famosa cantiga de la garza, modelo en su estructura y como tal una de las más conocidas de nuestra literatura medieval.

            Ocurrió, como dice la primera estrofa, en las corrientes del río Henares, adonde el rey Alfonso había venido a cazar; uno de sus halcones alcanzó y llegó a matar una garza; pues, con­fiando en su clara superioridad, el halcón se hizo ense­guida con su víctima en las alturas, se lanzó sobre ella, y de un golpe duro consiguió quebrarle un ala. La garza cayó al agua, pero era tal la corriente del río, que los perros no pudieron entrar a recogerla, de manera que, impuesto por fuerza mayor, se habría de dar la pieza por perdida. Mas el Rey no se conformó con ello, gritó en medio de la concurrencia pi­diendo que algún osado hiciera frente a las aguas del río, alcanzara la garza y la trajera hasta él:
          
            Mas el Rey deu voces. «Quen sera, quen

            que entre pola garça e a mi

            a traga logu´e aduga aqui?»

            E un d´Aguadalffajara assi

            disse: «Sennor, eu adurey aquen

            do río».

            «Señor, yo se la traeré a este lado del río», le dijo uno de Guadalajara. Y se metió al Henares con su botas, que no se las quitó, dice así la Cantiga, y se llegó hasta la garza, y la cogió por la cabeza e intentó volver porque se sentía muy honrado en dar la garza al Rey; pero el ímpetu el agua le hizo perder el equilibrio y dar vueltas alrededor, lo sumergió varias veces hasta que perdió el sentido. Acudió a la Virgen:
           
            Ca a força d´agua assi o pres

            que o mergeu duas veces ou tres;

            mas el chamou a Virgen muy cortes,

            que pariu Jesu-Crist´en Belleen.

            Y todos al mismo tiempo se unieron a la súplica del desafortunado; también el Rey, que en medio de la zozobra de todos, que daban por perdida tanto a la garza como a la vida del atrevido rescatador, levantó su voz para anunciar que no le pasaría mal alguno, que no lo habría de consentir la Madre espiritual que nos guarda y nos tiene bajo su poder:

             E todos a chamaron outro tal,

            mas el rei disse: «Non averá mal;

            ca non querrá a Madr´ espirital

            que nos guarda e nos en poder ten.»

             A pesar de la voz en grito del monarca, que era palabra de rey, todos allí daban por muerto al leal servidor. «No está muerto, a fe mía -les dijo el Rey-; porque no lo querrá aque­lla que está siempre con Dios y que no nos abandona.» Y se cumplió al momento lo predicho por el rey castellano, que como premio a su confianza pudo tomar al instante la garza que le trajo hasta la orilla el fiel vasallo.
 
            E assi foi; ca logo sen mentir

            o fez a Virgen do río sayr

            vivo e sao e al Rey vir

            con ssa garça que trouxe ben dalen.

            E foy-a dar log´al Rey manaman,

            que beizeu muit´a do bon talan

            por este miragre que fez tan gran,

            e todos responderon log´: "Amen."
         
            La historia que se cuenta es sencilla y harto elemental; tampoco podemos saber si tiene como base un hecho cierto o se trata de mera literatura, de ficción, que por haber llegado hasta nosotros desde tiempos que escapan de la memoria, volviendo a emparejar a esta tierra con los prime­ros vagidos de nuestro idioma convertido en arte, pueda ser­vir, cuando menos, para afianzar en aquellos que todavía lo duden, la excelente posición de nuestros lugares dentro de la cultura española desde sus orígenes, unas veces como escenario de acontecimientos dignos de permanecer escritos (éste es el caso), otras como cuna o residencia por vida de personajes notables, mecenas y artífices de la peana sobre la que se apoya casi todo lo que ahora somos. De ello dan fe los múlti­ples monumentos que todavía lucen su piedra vieja en las orillas de nuestros pueblos, bien en forma de castillo en ruinas, de monasterio, de ermita o de catedral; bien en mano­jos de versos rancios como las jarchas, las cantigas, los poemas épicos, los romances viejos, o la poesía lírica del Arcipres­te, en donde aún se respiran los aires puros de la tierra de Guadalajara.

(En la fotografía: el río Henares a su paso por Guadalajara)

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