miércoles, 7 de abril de 2010

EN EL PRIMER CENTENARIO DE "CLARÍN"


«Excmo.Señor: En el día de hoy y previas las formalidades prevenidas por la ley, he tomado posesión del Gobierno de esta provincia, cuyo mando se ha dignado confirmarme S.M.la Reina (q.v.g) por su Real Decreto de 28 de junio último. Lo que tengo el honor de participar a V.E para su superior conocimiento. Dios guarde a V.E muchos años. Guadalajara 12 de julio de 1865. Excmo. Sr. Genaro Alas. Excmo.Sr. Ministro de la Gobernación.(Ar­chivo Histórico Nacional, legajo 7, expediente 414)»

El año primero del siglo XXI, se abre con el nombre de un personaje importante de la literatura española a recordar: Leopoldo Alas, Clarín, que el 13 de junio de 1901 murió en Oviedo, ciudad a la que había dedicado la mayor parte de su vida, también de su vida literaria, pues ella es la que, camuflada bajo el nombre de Vetusta, sirve de escenario a la acción de "La Regenta", su obra más famosa.
Conviene traer a la memoria de vez en cuando, aunque sólo sea por la simple razón de un centenario, a las personas que como fruto de su trabajo, de su inteligencia, de su entrega en favor de la cultura o el desarrollo de la sociedad, merecen a título de gratitud ser recordados; y Clarín es una de ellas.
Traer al ilustre autor a estas páginas y en este momento, como siempre que trajimos a algún otro por razón similar, tiene para nosotros en este caso un motivo muy especial que nos lleva a hacerlo; pues Leopoldo Alas, en aquellos años del 65 y el 66 del siglo XIX, suponemos que vivió en Guadalajara, por lo menos desde el 12 de julio del primero de ellos al 21 de abril del segundo, habida cuenta de que su padre, don Genaro Alas, ejerció como gobernador civil de esta provincia durante aquellos nueve meses, momento en el que el futuro "Clarín" contaba trece años recién cumplidos. Lástima que los libros de registro del Instituto de Enseñanza Media de la capital -el antiguo Brianda de Mendoza-, que ya existía por entonces, comenzaran a dejar constancia de su alumnado pocos años después.
Los biógrafos de Clarín coinciden en señalar a Zamora (donde nació en 1852), León, Guadalajara y Oviedo, como las ciudades que fueron residencia del escritor durante su vida, por cierto, no demasiado larga.
Su estancia en Guadalajara queda reflejada en diversos momentos, y en diferentes títulos, a lo largo de su obra. Unas veces será el nombre de cualquiera de sus personajes, otras las imagen literaria resultante en alguna descripción, otras el nombre de calles o plazas que al joven Leopoldo le quedaron grabadas en la memoria; pero en una de sus novelas, corta como "Cuervo" o "Doña Berta", que tituló "Superchería", relata toda una serie de aconteceres puntuales, de imágenes vivas sacadas sabiamente, meticulosamente, de aquella Guadalajara de finales del siglo XIX que tan bien encajan en el escenario de la ciudad que conocimos no hace tanto, y de la que son testigo muchas de sus calles y de sus más sonoros monumentos, alguno de ellos ya desaparecido:
«Un ómnibus -escribe Clarín- con los cristales de las ventanillas rotos le llevó a trompicones, por una cuesta arriba, a la puerta de un mesón que había que tomar por fonda. Estaban frente al edificio de la Academia vieja, a la entrada del pueblo. La oscuridad y la cerrazón no permitían distinguir bien el hermoso palacio del Infantado que estaba allí cerca, a la izquierda; pero Serrano se acordó enseguida de su fachada suntuosa que adornan, en simétri­cas filas, pirámides que parecen descomunales cabezas de clavos de piedra.»
Más adelante, el recuerdo de la Guadalajara de su niñez aparece como un espejismo en frases lapidarias que suenan por todas partes a autobiografía, a recuerdo entrañable de un pasado lejano, muy lejano, que Clarín aprovecha para trasladar a Serrano, personaje de ficción en su novela, que en un determinado instante se pierde en este profundo mar de añoranzas:
«Allí, a diez o doce leguas de Madrid, estaba aquella Guadalajara donde él había tenido doce años, y apenas había vuelto a pensar en ella; y ella le guardaba, como guarda el fósil el molde de tantas cosas muertas, sus recuerdos petrificados. Se puso a pensar en el alma que él había tenido a los doce años. Recordó, de pronto, unos versos sáficos, imitación de los del famoso Villegas al "huésped eterno del abril florido", que había escrito a orillas del Henares, que estaba helado. El hacía sáficos, y sus amigos resbalaban sobre el río. ¡Qué universo el de sus ensueños de entonces! Y recordaba que sus poesías eran tristes y hablaban de desengaños y de ilusiones perdidas: Guadalajara no era su patria: en Guadalajara sólo había vivido seis meses. No le había pasado allí nada de particular. El, que había amado desde los ocho años en todos los parajes que había recorrido, no había alimentado en Guadalajara ninguna pasión, no había hecho allí sus primeros versos, ni los que después le parecieron inmortales: allí había estudiado aritmética, y álgebra y griego, y se había visto en el cuadro de honor, y... nada más. Pero allí había tenido los doce o trece años de un espíritu precoz;»
Aunque Guadalajara no significó para él lo que pudo ser Oviedo, la ciudad de su vida, la musa de sus sueños, el porqué de sus inquietudes y desvelos, no nos quepa duda de que "Super­chería" fue un regalo magnífico para esta Guadalajara tranquila -menos que en su tiempo, pero tranquila al fin- que dio el salto hacia el nuevo milenio engarzada en nuevas maneras de vivir, como corresponde a la ciudad en movimiento que, con mayor o menor empeño, siempre apareció en primera fila de los pueblos que, nunca a peor, se empeñan en sobrevivir, y al fin lo consiguen.
"Superchería" habrá pasado desapercibida para los guadalaja­reños durante más de un siglo. Se trata, no obstante, de la novela de nuestra ciudad, con el valor de lo añejo en sus páginas, y que fue escrita por uno de los grandes de nuestra literatura. Si el "Viaje a la Alcarria" de Cela es el libro por excelencia de nuestras tierras alcarreñas, éste de Clarín es el libro, también por excelencia, de la capital, en la confianza de que lo seguirá siendo por mucho tiempo. En 1995, el Ayuntamiento de Guadalajara sacó una edición estupenda de la novela de Clarín, en una colección que llegó a su final, según parece, con sólo tres números. Quien esto escribe tuvo mucho que ver en que se llevase a cabo aquella edición por la que se siente honrado; de ahí, que aconseje a sus lectores de hoy que dediquen unas horas durante el presente año a leer cualquiera de las obras de Leopoldo Alas, una o varias; será el mejor homenaje al autor en este primer centenario de su muerte, y entre ellas, una especial atención a "Superchería". Se lee en sólo dos horas, o en menos tiempo, quizás.
Aunque todavía faltan varios meses para que se cumpla la efemérides, valga nuestra precipitación al tenerlo en cuenta. Motivos de agradecimiento nos lo aconsejan.
(Guadalajara, enero 2001)

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