viernes, 26 de marzo de 2010

NUESTROS RÍOS: EL TAJUÑA ( y III )


En esta tercera entrega seguiremos de cerca por ambas márgenes el cauce del más alcarreño de todos los ríos, el Tajuña, desde los aledaños de Brihuega en donde lo dejamos días atrás, hasta el punto mismo en el que escape de las tierras de Guadalajara para adentrarse en la provincia de Madrid sin salir de la Alcarria en su desembocadura, o unión digamos, con el Jarama que baja de las sierras, para acabar ambos en una sola corriente con el padre Tajo cerca de Aranjuez. Toda una aventura viajera, de paisaje en paisaje, de pueblo en pueblo, que nos ha venido entreteniendo durante tres semanas alternas.
Ya no es tanto el servicio que presta el Tajuña a los pueblos y a los campos de su recorrido, especialmente en este último tramo de su cauce medio por la provincia de Guadalajara al que hoy nos referimos; pero se puede leer en viejas crónicas, dignas de todo crédito, que sus aguas aparentemente tranquilas movieron hasta doce molinos harineros y varios batanes, entre ellos los de la Real Fábrica de Paños de Brihuega, además de los muchos centenares de huertos que regó a lo largo de su recorrido, recurso primero para llenar la despensa de miles de familias durante todo el año de productos de la tierra que con la matanza anual cubrían en un porcentaje elevadísimo el medio alimenticio de todos aquellos pueblos. Desde un tiempo hasta hoy, pongamos casi medio siglo de por medio, las cosas han cambiado de manera tajante de acuerdo con las nuevas maneras de vivir. Las fértiles vegas de nuestros ríos, y entre ellas ésta del Tajuña, salvo espacios muy concretos al lado de los pueblos, no se dedican al cultivo de la huerta, sino al del cereal y muy especialmente al de los girasoles.
Y así, continuando con lo ya dicho, el río cruza, después de dos leguas de camino desde Brihuega, por los bajos de Archilla lamiendo los pies de las primeras casas, sombras de ribera y puente incluidos, que dan paso a uno de los pueblos, en pequeño, mejor cuidados y más sorprendentes de toda la Alcarria. Al interés indudable que ofrece su situación en la solana a la vera del río, hay que añadir entre otras más la gracia de haberlo convertido a su entrada en un museo abierto a las labores del campo. Los instrumentos ya en desuso del quehacer diario en el medio rural se encuentran expuestos a la vista de todos en una pequeña vertiente: trillos, bieldos, arados, un yunque de herrería, todo un monumento al pasado laboral de las gentes del campo dando al pueblo carácter y originalidad.
Tomellosa queda algo más adelante. No está el pueblo de Tomellosa a la vista del río ni del caminante que sigue su cauce por la carretera que baja desde Brihuega. Tomellosa y Balconete, primero el uno y luego el otro, aparecen como escalonados a la umbría de otra vega por la que baja exangüe el arroyo Peñón que se une al Tajuña junto a la carretera. Hermosa vega y laderucas inhóspitas, salpicadas a veces de tablarcillos en escalón donde se crían los contados ejemplares de olivas alcarreñas, de pequeña envergadura pero de un fruto excelente en los años que pinta la cosecha.
Valfermoso de Tajuña contempla la grandiosidad de la vega desde su propio balcón. Valfermoso es un pueblo situado en todo lo alto. Un centenar de curvas, más o menos, es preciso salvar hasta que se sube a Valfermoso. Merece la pena llegarse hasta él, y contemplar desde sus orillas el bellísimo panorama que desde aquella altura regala la Alcarria al descubierto, con la ermita patronal de la Virgen de la Vega al fondo, a la orilla del río, y las ruinas del castillo en sus orillas junto a la iglesia. Con un poco de suerte y aprovechando el momento oportuno, es posible coincidir con la fiesta local de San Furcito, y probar la estrella de su gastronomía, las famosas “cagarrias de San Furcito”, que según cuentan están como para chuparse los dedos.
Y más abajo otro pueblo señero, Armuña de Tajuña; pero antes recibe el río a dos arroyos subsidiarios con cierto renombre, digamos que al menos por dar lugar a lo largo de su curso a dos importantes vegas dentro del mapa alcarreño: el San Andrés por la izquierda, que le viene desde cerca de Budia por los Yélamos, Irueste y Romanones, y el Ungría a mano derecha, que baja desde Fuentes de la Alcarria, pasando por Valdesaz, Caspueñas, Atanzón, y recoge aguas de Valdegrudas, Centenera y Lupiana, con el nombre propio de otro afluente muy alcarreño también, el Matayeguas. La novedad en Armuña desde hace más de una década son los enormes radares de la estación terrestre de comunicación vía satélite, saludando cada día al sol y cada noche a las estrellas del limpio cielo de la Alcarria, una tierra sobre cualquier otra sometida por influjo de la modernidad a las más variadas transformaciones.
Por Aranzueque el río y la carretera viajan en la misma dirección rayando el paisaje. Excepción hecha de la villa de Brihuega, quizá sea Aranzueque el pueblo mayor por el que pasa el río dentro de los límites de la Provincia. El pueblo supera con creces las trescientas almas como población de derecho, cifra a considerar en una tierra tan deshabitada como es la nuestra. Desde la plaza de arriba, que no es en Aranzueque la Plaza Mayor sino la del Campillo, se pueden observar formando ángulo dos vegas distintas al mismo tiempo: una al frente, por la que escapa en la misma dirección que el río la carretera de Loranca, y otra a mano derecha desde el atrio de la iglesia, por la que bajan a unirse con el Tajuña las aguas de otro pequeño arroyo y que en el pueblo conocen como la Vega de Valdarachas. La plaza de abajo, que es en realidad la Plaza Mayor del pueblo, luce como fondo el nuevo edificio del ayuntamiento y la torre anexa del reloj municipal. Muy cerca de esta plaza, en una vivienda antañona y con aspecto discretamente señorial, pasó largas temporadas de su vida el matador de toros Saleri II, natural de Romanones, que casó con doña Carmen, miembro de la familia aranzuequeña de los Pérez Pardo.
Como en Loranca de Tajuña, lugar al que llegaremos enseguida y desde el que diremos adiós al río de manera definitiva, también en Aranzueque veneran como patrón a Santo Domingo de Guzmán, y lo mismo que en su pueblo vecino, y por tanto rival, es parte fundamental del acontecimiento festivo a la caída del verano la lidia de los toros, vocación endémica y apasionada no sólo de Aranzueque sino de toda la Alcarria de principio a fin.
Y sin más emprendemos camino río abajo hasta Loranca. El terreno es llano y la distancia corta. Cuando se va llegando al final uno piensa que los caminos del Tajuña, desde los altos de Maranchón hasta la Alcarria Baja, han dado mucho de sí. El pueblo de Loranca se descuelga en una ladera que comienza al pie mismo del cerro de la Quebrada y viene a caer a la orilla del río. La fábrica de aceite y los talleres están abajo, y en la parte alta del pueblo la Plaza Mayor al cabo de la calle pina de San Roque. En la Plaza Mayor quedan a mano los recios muros de la iglesia, la torre del reloj y el ayuntamiento. En mitad de la plaza vierte por cuatro grifos y da luz la fuente municipal sobre su piloncillo cuadrado, un totum que es fuente y farola al mismo tiempo, obligado maridaje que no por haberlo visto repetido en otras plazas como ésta, puede contar con el pláceme de personas para las que no todo vale. Sí, en cambio, seguro que gozan del general aplauso de quienes las han probado alguna vez, las ricas “tortas dormidas” que las mujeres del pueblo suelen amasar con paciencia y cocer con sabiduría cuando legan las fiestas del Santo Domingo y del Cristo de septiembre.
Más allá de Loranca, a punto ya de colarse a tierras de Madrid, después de haber servido de límite entre las dos provincias durante un breve trecho, el Tajuña recibe la última aportación de aguas guadalajareñas al desembocar en su margen izquierda el arroyo Torrejón, famoso antiguamente por la excelente calidad de los cangrejos que se criaban en sus corrientes, y que le llega desde Escopete y Escariche escaso y a veces vacío de caudal.

(En la fotografía, el río Tajuña a su paso por Loranca)

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