domingo, 22 de junio de 2008

LA ALCARRIA


Este libro-guía está dedicado como indica su título a la Alcarria en su conjunto, ese pedazo de España que el Nóbel C.J.Cela inmortalizó en sus famosos “Viajes”. Con número mayor de páginas dedicadas a la Alcarria de Guadalajara, el libro hace así mismo cumplida referencia a la prolongación de esta comarca natural en el espacio, es decir, a la Alcarria de Cuenca, con cumplida información acerca de la villa de Priego y de la ciudad romana de Ercávica, situada junto al pantano de Buendía.
Pastrana, Brihuega, Cifuentes, Sacedón, y toda la comarca, tienen su espacio en esta guía, que a tantos ha servido como fiel compañera de viaje para conocer y saborear estas tierras, tan densas en contenido, tan interesantes, y durante mucho tiempo tan olvidadas.

(el detalle)

La estancia en Brihuega resultaría incompleta si no se han dedicado antes de partir unos minutos para visitar la Real fábrica de Paños, situada en la antigua prominencia del Cerro de la Horca, en el sitio exacto donde antes estuvo una ermita dedicada a Santa Lucía, coincidiendo con el punto habitado más alto de la villa.
Lo que todavía queda de aquel regio lugar con el que los Borbones, Fernando VI y Carlos III, quisieron obsequiar al vecindario como testimonio de gratitud en memoria de su papel decisivo cuando la Guerra de Sucesión, se reduce al simple anillo fabril donde se instalaron en su tiempo algunos de los telares más importantes de la región, cuyo producto manufacturado, paños y mantas especialmente, gozaron de merecido renombre en toda España.
Restaurado y adornado, el aro de la Real Fábrica resulta altamente representativo de la villa de Brihuega, personaliza todo el conjunto urbano, y aparece desde cualquier lugar desde el que se mire como nota característica esencial de la villa en los últimos siglos.
Parejo a las naves de la Real Fábrica, y coincidiendo con lo que fueron los secaderos de aquella centenaria industria, se conservan, asomándose a la vega del Tajuña, los jardines dieciochescos que sirven a la vez de mirador sobre el valle y sobre todo el caserío. Los fundó el vecino don Justo Hernández Pareja, antepasado al parecer por línea indirecta de los propietarios que en la actualidad los disfrutan.
Si se tiene en cuenta la influencia francesa del siglo XVIII en España, nada debe extrañar al visitante el buen gusto y la rememoranza versallesca que ofrece este otro paraíso de la Alcarria, en donde crecen, debidamente atendidas, las plantas del boj y el aligustre, los laureles, los cipreses y las palmeras de abanico, dibujando románticos callejones contorneados de flores, y arcos hasta los que asciende límpida la brisa de la vega, el soplo a eternidad de la Historia en cada atardecer, y se vislumbra a sus pies el capricho orográfico de aquellas tierras cambiantes según las distintas horas del día. Desde los jardines, se ve cómo lucen las coronas de su remate las torres cuadradas de San Miguel y de Santa María, y se advierte de cara a las murallas el severo paredón del castillo arropado por su mantón de yedra.
Por el barranco corren hileras de chopos siguiendo el cauce del Tajuña, mientras que al fondo se divisan las cintas terrosas de los caminos al otro lado de las huertas, y salpican el inmenso anfiteatro natural que forman las colinas de la Alcarria los cuartelillos escalonados de almendros y olivar, que, perdidos como telón en el hosco paisaje, son parte connatural y uno más de los infinitos atractivos que tiene Brihuega.

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